sábado, 7 de septiembre de 2013

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Se acercaba el invierno, lo sabía porque la noche empezaba pronto, se despertaba y los rayos de sol aun no se colaban por las rendijas de su cortina, las tardes eran frías y húmedas, total, lo típico de invierno.
  
     Sonaba el timbre del instituto. Bien, las clases acababan por ese día. «Adiós, hasta mañana» despedía a su profesor. Él la sonreía y ella le devolvía la sonrisa. «Venga hasta mañana, luego hablamos por WhatsApp» le decía el chico que estaba coladito por ella. «Vale», seca, pero no olvidó la sonrisa.
Ese día decidió ir a pie, quería disfrutar de los últimos momentos antes de coger su abrigo de lana gris, el que le regaló su madre las Navidades pasadas.
Sólo se escuchaba el crugir de las hojas y su respiración. Lenta y pausada.

    Llegó a casa justo a la hora de comer, una ensalada de zanahoria y un bistec humeante la esperaban encima de la encimera de la cocina, pero ella, como hacía desde varios meses, pasaba de largo.
Entró en el baño, giró suavemente el grifo del agua caliente hasta el final y puso la mano debajo del chorro hasta encontrar la temperatura perfecta, ardiendo. Entonces puso el tapón de la bañera y caminó hacia su habitación. Se quitó la ropa hasta quedarse en la interior.
Volvió al baño y cerró el grifo. Comprobó por segunda vez la temperatura metiendo el dedo índice en la bañera, perfecta. Tenía la piel de gallina a causa de la corriente que hacía ahí, así que se apresuró por quitarse el sujetador y bajarse las bragas, que las dejó tiradas en el suelo.
Primero metió un pie en la bañera hasta acostumbrarse a la alta temperatura del agua, después el otro. Y empezó a agacharse hasta quedarse estirada. Cerró los ojos. La puerta se abrió, pero ella ni se inmutó, seguía pensando en su vida. Empezó a tararear la sintonía de un famoso anuncio de televisión a la espera de que su hermana pequeña la acabase. Entonces escuchó una voz triste que le susurraba:

«Déjalo, ella ya no está

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