miércoles, 8 de enero de 2014

Querida tú (o de cómo Orfeo perdió a Eurídice).

Hacía tiempo que quería escribirte, pero las sonrisas tontas y los lametones en su cara me lo han impedido.
     Y es que he empezado a reflexionar sobre muchas cosas: que si le quiero más que Psique a Eros, que si puedo hacer ahora mismo la maleta e irme para no volver, que si los lunares de mi cuello crean una pequeña constelación (con su mito griego detrás de ella) o que si podría aguantar un día sin un achuchón de esos que rompen costillas pero me dan tanto la vida.
    ¿Por qué perder mis manos en su cabello no se me hace suficiente? ¿Por qué cuando dice 'te quiero' en mis labios, siento que el mundo se me hace pequeño y se reduce a él?
    Que recorrer su cuello con mis dedos es infinito, dejarme olvidado el carmín en su mejilla derecha es impreciso y que me toque la punta de la nariz con la lengua después de lamerse los labios es romperme por dentro. Pero luego me limpia con su manga (¿o soy yo la que lo hace?) y estallamos a carcajadas y a besos y a caricias y a yo-qué-sé.
    Y cómo dice la canción "y tengo que romperme en mil pedazos para dormir cuando no estés", porque no estás (de momento) ¡de momento! Pero, de momento, he de dormir. Ya llegarán esas noches infinitas buscando amaneceres rosas y violetas y naranjas y amarillos, besando las estrellas -las de tu cuerpo- y formando dibujos con ellas como si fuera una niña otra vez.
   
     Y es que ya van mil millones las veces que me he perdido en tu sonrisa y van novecientas noventa y nueve las que no sé como encontrar la salida (y te aseguro que si la encuentro, pienso tapiarla con tablones de madera).

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