sábado, 17 de agosto de 2013

Pasamos todo el curso deseando que llegue el verano para poder descansar y deshacernos de todo ese estrés innecesario, deberes, exámenes, profesores odiosos y compañeros pesados, pero a estas alturas de las vacaciones, ¿quién no desea volver a la rutina?

Durante las clases soñamos con un verano de película; viajar a lugares exóticos, ir a la playa con tus amigos, tener un romance fugaz, noches mirando las estrellas... Pero nada de eso ocurrirá.
Te levantarás a las doce, harás el vago, comerás, harás la siesta hasta las ocho de la tarde, te quedarás en el móvil hasta las tres de la madrugada para volver a despertarte a las doce. Tal vez algún día irás a la piscina, raramente irás a la playa. Y cuando queden cinco semanas para volver, echarás de menos la rutina. El despertarte pronto, peinarte como sea, vestirte con lo primero que cojas e ir al instituto.

En verano dirás que soportas mejor en invierno y en invierno dirás que soportas mejor el verano, cuando te tires a la piscina te quejarás de lo fría que está y cuando te escondas bajo dos edredones te quitarás el pijama de franela porque tendrás calor.
Al igual que odiarás la arena de la playa pero siempre tendrás ganas de ir.

El humano está hecho así de estúpido, tener siempre algo de lo que quejarse, para poderse escaquear de ello o simplemente poner morritos de enfado.

¿Y por qué no cambiar eso? ¿Por qué no disfrutar del verano porque durante los nueve meses siguientes estaremos sentados durante horas?
¿Por qué no nos quitamos las camisetas y nos tiramos a la piscina? ¿Por qué no taparnos con miles de mantas cuando haga frío? Hagámoslo, no perdamos ni un segundo, si estamos aquí es para hacer algo y precisamente no es sufrir.

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