domingo, 6 de octubre de 2013

Despierta.

Notaba que a cada kilómetro que avanzaba el automóvil reducía su velocidad, entonces tomó una curva y frenó en seco en algún lugar, imaginé que en la cuneta o en algún pequeño descampado. Escuché el sonido de las llaves girar hasta dejar de oír aquel rugido que me traía tanto dolor de cabeza, el del motor.
La puerta del conductor se abrió, oí el roce de las botas de aquel hombre contra la grava que cubría aquella superficie. Cinco segundos. Mi puerta se abrió. Dos segundos. Noté una fría caricia en el exterior de mi muslo izquierdo. Estaba desabrochándome el cinturón. Mi visión se reducía a cero, la banda negra seguía tapando mis ojos. Intenté sacar la lengua de la boca para mojar mis labios cortados, no recordaba que los tuviera cubiertos de esparadrapo. Entonces los fuertes brazos de aquel hombre me cogieron por la cintura. Me esforcé por pedir ayuda, quería gritar, pero lo único que conseguí fue rasgarme la garganta, intento fallido. Él se percató de mis intenciones ya que noté su aliento en mi oído susurrándome tan bajo que me costó entender lo que decía:
–No tengas miedo de nada, esto sólo es un sueño. De aquí cinco segundos abrirás los ojos y te encontrarás en el lugar más seguro del mundo: tu cama y te olvidarás de este sueño. Te olvidarás de mí. Pero antes de nada –sus labios rozaron mi mejilla y me quitó la banda, me costó acostumbrarme a la luz del día, pero cuando por fin vi con claridad si rostro lo comprendí todo– que sepas que tu abuelo te quiere.
Entonces desperté y puedo jurar que nunca me he olvidado de él.

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